viernes, 3 de julio de 2009

Untitled


Oía tus latidos lentos y me acostaba sobre tu regazo. Fue entonces cuando pensé por primera vez qué es lo que hacía yo exactamente en ese lugar.
Un fantástico momento de lucidez nos logró unir, y desde entonces todo ha fluido amablemente. Tú siempre eras la chica cercana, la que paseaba por centros comerciales, la amiga de mis amigas, la que frecuentaba bares y discotecas; hasta que un día arriesgamos apostando a conocernos. ¿Qué encontré? Alguien capaz de hacerme feliz, de hacerme sonreír. Una azucena que iba sembrando un campo de amapolas.

En potencia posees la gracia para conquistarme, la sensatez para tratarme y la dulzura para amarme. Cada sonrisa, caricia o guiño son pequeños regalos equivalentes respectivamente a garrotes, chocolate y pedacitos de melón.
La brisa seca de tu boca choca con las olas húmedas de tus cabellos. Tu voz familiar al otro lado del auricular me consigue sosegar. Incluso tu inédita nariz logra hacerme feliz cual perdiz.
Después de tantos momentos, tantas sonrisas, tantas caricias, tantos ambientes, tanta gente, tantas tardes, tantas sesiones, tantos paseos, tantos paisajes, tantos hogares, después de cada minuto y de la hora del té, me doy cuenta de que nada ha cambiado y de que sigo deseándote como la primera vez.

1 comentario:

Dani dijo...

Vaya, parece ser que por fin algo te ha devuelto la inspiración... ^^