sábado, 18 de septiembre de 2010

¿Y tú, también?

Hace escasas dos semanas me puse a dar vueltas en la cama, a mi cabeza. Recordé. Hacía justamente un año de la puesta en escena del juego frío en la "Ciutat Comtal". Lo curioso es que aquella vez empalmé esa experiencia con otra mucho más calurosa. Una cálida acogida en la que sin lugar a dudas, disfruté como un niño con zapatos nuevos. Fue precisamente entonces cuando dejé de ser un niño. Desde aquel instante, comencé a desterrar la mirada inocente.
Sin embargo, esa mirada un poco más desengañada, sigue siendo míope. A veces me pregunto si esta máscara o red que me cubre, me hace más cobarde, más injusto. En otras situaciones, me veo más frágil. No sé por dónde sopla el aire, vendaval o viento huracanado, el caso es que me dejo llevar, vendiendo mi alma a lo que depare mi suerte.
Durante estos últimos meses, yo también me he preguntado quién soy y de qué pasta estoy hecho (en aquella cena hubo pasta, pasta muy pastosa). He rebuscado en mi interior y he desempolvado el baúl de los recuerdos, llegando a la conclusión siguiente: he echado de menos. Tampoco sé si únicamente a ella, a mí, o a ambos. En el fondo, me cuestiono si ella también ha echado de menos, o sólo se trataba de meros aromas pasajeros. Entre otras imágenes, tengo grabada a fuego aquélla en la que parecía decir "nunca te he extrañado". De ahí provienen mis recelos.
Hace algo menos de una semana borré estas impresiones impulsivas. Me sentí muy liberado y muy a gusto, a pesar de que esas horas de conversación hayan derivado en otras tantas de reflexión y pensamiento. Ahora, trato de centrarme en las cosas nimias, como en cuidar mi garganta para el duro invierno que se avecina o mimar a mis pequeñas alegrías de la huerta, que trotando detrás de un balón logran que mi cabeza trote tras ellos.
"Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta..." (Silvio Rodríguez)

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